Dos golpes rápidos e impacientes sonaron en la puerta de
la habitación de Cassandra.
-Adelante
–gritó mientras estaba parada frente al espejo de cuerpo entero.
Alice
entró como un huracán en la habitación, sonriendo y saltando descalza. Llevaba
el pelo rubio rizado y sujeto en un lateral de la cabeza, con mechones
brillantes escapando de las horquillas, y los zapatos en la mano, unas finas
sandalias de color verde menta, de tacón de aguja y tiras entrecruzadas de
satén. Cassandra rio para sí misma y observó el vestido que llevaba Alice. Lo
había comprado el día anterior, cuando ella misma buscaba qué ponerse para la
fiesta. La sonrisa de la joven fue tal cuando se vio con él puesto que se
sintió obligada por su propia conciencia a comprárselo como regalo de
cumpleaños, con el incentivo, claro, de que no era exageradamente caro. La tela
verde menta se deslizaba por el cuerpo de Alice como una segunda piel, el
corpiño se ajustaba perfectamente, con escote corazón decorado con pedrería
plateada por el contorno del pecho, ceñido hasta la cintura, a partir de donde
salían capas de gasa verde que flotaban a su alrededor ligeras y suaves,
entrecruzándose entre sí.
-Agradezco
enormemente no haberle enseñado a mi madre el primer vestido que me compré. Me
obligaría a ponérmelo y devolver esta preciosidad –fingió una graciosa cara
trágica.
-Estás increíble.
Me alegro de haberlo comprado. Feliz cumpleaños.
-Gracias
por la felicitación. De nuevo –añadió riendo-. ¡Y por el vestido! –exclamó
entusiasmada-. Es alucinante, y no voy a negar que me queda bien –le guiñó
burlonamente-, ¡pero tú estás despampanante!
Cassandra
se miró en el espejo. El vestido que llevaba puesto era de un intenso azul
verdoso, de una seda ligera y brillante que se moldeaba a lo largo de su
cuerpo. Un revelador corte que llegaba hasta el muslo dejaba ver casi toda su
pierna derecha y la espalda era descubierta hasta las lumbares, con tan solo
dos tiras plateadas sujetando el vestido que le daban un toque inesperadamente
elegante. Por delante se ceñía a su pecho, con algunos pliegues y brillos plateados,
que hacían del vestido una auténtica obra maestra.
-No
habrá quién aparte la vista de ti en toda la noche, estoy convencida –Alice se
sentó en la cama para colocarse las sandalias, mientras Cassandra seguía
mirándose en el espejo con el ceño fruncido.
-No sé
cómo me convenciste para comprármelo –suspiró.
Alice
levantó la vista cuando terminó de ponerse la sandalia izquierda y cogió la
derecha. Miró a su amiga y sonrió dulcemente.
-Porque te
queda espectacular, y lo sabes. Viviana siempre tiene los mejores vestidos
–dijo refiriéndose a la dueña de la tienda de ropa.
Ambas
permanecieron en silencio un rato, calzándose, pensando y mirándose en el
espejo.
-¡No!
–exclamó repentinamente Alice.
-¿Qué?
–Cassandra se giró alarmada, con una mano en la cabeza sujetando su pelo.
-¡Ni se
te ocurra hacerte uno de esos moños estirados! Aprisionar así tu pelo debería
ser delito. Mataría porque fuera mío –se levantó de la cama y le apartó las
manos del pelo-. Déjame a mí.
-Alice
–trató de replicar.
-Siéntate
y no digas ni una palabra más.
Alice
salió de la habitación prácticamente corriendo y volvió con mil cosas para el
cabello. Sonrió al ver a Cassandra donde la había dejado. Ella rodó los ojos
cuando la vio entrar por la puerta.
-No
deberías haberte vestido antes de peinarte –la reprendió a la par que la cubría
con una toalla.
Cassandra
soltó una pequeña risita de rendición y se dejó hacer.
…………………………………………………………………..
Daban
las diez cuando los últimos invitados, los más rezagados, entraron por la gran
puerta del casón de los Di Gennaro, viéndose envueltos en un ambiente festivo y
alegre. Al principio de la noche, cuando Alice estaba de un lado para otro
dando órdenes y colocando cosas, Cassandra había tratado de seguirla y ofrecer
su ayuda, pero no tardó mucho en cansarse y refugiarse en la cocina, donde
Apprile y Carola hablaban con Beatrice, la tía de Alice. Pero en ese momento la
fiesta estaba en pleno apogeo y nadie conocido podía darle conversación
mientras se escondía por los rincones de la casa, tratando de pasar
desapercibida entre tanta gente que desconocía.
-Permítame
decirte que tus planes de no ser notada están fracasando estrepitosamente –la
voz de un hombre sobresaltó a Cassandra, que lo miró con sorpresa y confusión
durante unos segundos.
-¿Perdona…?
-Stefano
Cacciatore, encantado –le besó la mano con gesto elegante-. Vecino de la
anfitriona de la fiesta. ¿Y tú eres…?
-Cassandra
Diamantidis –sonrió cortésmente.
Stefano
parecía agradable, de físico típicamente italiano, con su metro ochenta de
altura, los ojos castaños y el pelo ondulado de un rubio oscuro.
-¿Amiga
de la dulce Alice? –trató de suponer él.
Cassandra
dudó unos instantes. Desde luego era mucho más fácil declararse amiga de Alice
que explicar la loca situación con Domenico que la llevó a estar allí.
-Sí,
algo así.
-Pues
déjame decirte, Cassandra –enfatizó en su nombre-, que eres tremendamente herm…
-¡Hermano!
¿Cómo tú por aquí?
El chico
que se acercó a ellos era más joven que Stefano, quizá de la edad de Alice,
pero muy parecido a él, a diferencia de los ojos azules.
-Lo
mismo digo, Giulio. ¿Cómo no estás poniéndole ojitos a alguna joven
impresionable de la fiesta?
El chico
rodó los ojos y miró en dirección de Cassandra, ignorando a su hermano.
-Tú
debes de ser Cassandra, ¿no es cierto? –le dedicó una sonrisa tan dulce que
podría competir sobradamente con las de Alice.
-Eh… sí,
¿cómo…?
-Alice
me pidió que te buscara y te diera conversación, puesto que no conoces a nadie
aquí –guiñó un ojo bromeando-. Según sus explicaciones, tan solo tenía que
buscar a una despampanante pelirroja con un vestido aún más despampanante.
-Si
tuviera el pelo castaño no me habrías encontrado jamás –susurró ella riendo.
-Oh, no
creas, el término despampanante hace muy fácil la búsqueda.
Cassandra
no podía evitar reírse. Giulio era uno de aquellos jóvenes a los que los
piropos les salían como algo natural, sin segundas intenciones si ellos no
querían dárselas.
-Si tus
conversaciones normales implican tantos halagos ya entiendo porque le caes tan
bien a Alice –con él era fácil no dejar de sonreír.
Stefano
carraspeó.
-Oh, a
mi hermano le fastidia sobremanera que se olviden de su presencia –susurró
Giulio al oído de Cassandra.
-Lo
lamento, Stefano. Todo es culpa de la labia de tu hermano –lo acusó en broma.
-Ah –el
joven fingió sentirse ofendido-. Pues me voy en busca de compañía que aprecia
mi labia –se giró y dio un par de pasos-. Hasta luego, preciosa –se dio la
vuelta unos segundos y le guiñó un ojo a Cassandra.
-Y ese
es mi hermano pequeño –dijo Stefano con cierto fastidio-. Le quiero, pero hasta
los muertos se cansarían de su charlatanería.
-Es un
joven muy alegre, me recuerda a Alice –comentó ella.
-Desde
que eran pequeños han sido muy amigos –pegó un sorbo de su vaso-. Las
travesuras suelen unir mucho a los que las realizan juntos.
-Estoy
de acuerdo en eso –asintió ella recordando su infancia con Lorraine.
Stefano
sonrió.
-¿Y
piensas seguir escondida toda la noche en este rincón del salón?
-No, en
realidad no –vaciló un poco al principio-. Pero no conozco a nadie. Llevo solo
unos días en Italia.
-Desde
luego no tienes aspecto de italiana, pero tu acento es impecable –la alagó-.
¿De dónde eres?
-Esa
podría ser una larga historia –bromeó ella-. Padre griego, madre española… con
un abuelo irlandés, creo recordar.
-De ahí el
cabello rojo, ¿no?
-Seguramente.
-España
no queda lejos, ¿sueles visitar Italia?
-No,
prácticamente nada. Vivo en Nueva York –a pesar de lo agradable de la
conversación, comenzaba a tener ganas de escaparse a la cocina, beber algo y
alejarse unos instantes del ruido de la fiesta.
-¿Has
viajado desde tan lejos solo para asistir a una fiesta de cumpleaños? –exclamó
asombrado.
-Oh, no,
para nada, tenía que atender temas del trabajo aquí. Esto ha sido algo no
planeado.
-¿Y de
qué conoces a Alice?
-Eemmm…
Pues…
Cassandra
lo miró durante unos instantes, pensando cuál sería la mejor manera de escapar
sin resultar maleducada. Después de todo, los Cacciatore eran buenos amigos de
los Di Gennaro, y no podría mostrarse tan borde como solía serlo cuando estaba
hastiada de ciertas compañías. Su mente pasaba de una excusa a otra, sin ser
ninguna lo suficientemente buena como para salir de allí sin tener que
contestar antes a la pregunta. Y a punto estaba de simplemente excusarse con ir
al baño cuando una voz conocida la salvó de tener que decir una excusa tan
patética.
-Hey,
hola, Cassandra. Con tanta gente por aquí no te había visto.
Ella
suspiró aliviada sin ni siquiera darse cuenta.
-Oh,
buenas, Domenico. Es difícil encontrar a nadie con tanta gente –sonrió-. Estaba
aquí hablando con Stefano.
El
mencionado sonrió y le tendió la mano a Domenico.
-Hacía
ya mucho que no nos veíamos, amigo mío.
-Varios
meses, si no recuerdo mal. Ya sabes, los negocios.
-Claro.
Cassandra
se percató de que ambos estaban retándose con la mirada, de la manera más sutil
y amistosa posible, pero sin duda había cierta tensión.
-Bueno,
creo que os dejo poniéndoos al día con vuestras cosas –intervino-. Voy a mi
cuarto a coger algo que he olvidado.
Comenzó
a girar sobre sí misma para dirigirse a las escaleras, que quedaban a su
espalda, cuando Stefano volvió a hablarle.
-¿Tu cuarto?
–preguntó confundido.
-Sí –el
que contestó fue Domenico-. Se queda aquí mientras disfruta de Siena, al fin y
al cabo, tenemos habitaciones de sobra.
Ella
pasó la mirada de uno a otro y sacudió la cabeza casi imperceptiblemente.
-Voy a
mi habitación –repitió-. Hasta luego.
-Espera
Cassandra, te acompaño –exclamó Domenico caminando hacia ella-. Tengo que ir
arriba también.
Ella lo
miró seriamente durante unos segundos y a continuación hizo un gesto
despreocupado con los hombros.
-Como
quieras –suspiró pesadamente-. Un placer, Stefano, hasta luego –se despidió con
una sonrisa y giró sobre sí misma.
Subió
las escaleras deprisa, sintiendo los pasos de Domenico detrás de ella. No
pensaba entretenerse mucho, tan solo cogería su móvil, comprobaría si su madre
o Lorraine habían estado llamando y volvería abajo a buscar a Alice. O Apprile
o Carola, en realidad cualquiera de las mujeres Di Gennaro la haría sentirse un
poco mejor.
-¿Cassandra?
–Domenico la sorprendió tomándola del brazo.
-Eeeh, ¿sí?,
¿qué ocurre? –estaba ansiosa por escapar de él y meterse en su habitación.
-¿Todo
bien? –preguntó, su rostro estando tan serio que extrañó realmente a Cassandra.
-Claro,
¿por qué no iba a estarlo?
Él no
contestó y se limitó a mirarla.
-Esto…
tengo que coger algo de mi cuarto, te veo luego –entró rápidamente y cerró la
puerta detrás de ella.
Eso
había sido raro, muy raro. Cogió el móvil de la mesilla y miró el registro de
llamadas: dos de Lorri, seguramente para comentar algo de la boda, tres de su
madre y un par más de su hermano Tomás. Esto último le resultó muy extraño, ya
que sus hermanos no solían llamarla si no era para pedir algo. Pulsó el botón
de rellamada y esperó tres tonos hasta que descolgaron.
-¿Diga?
–la voz de un niño sonó al otro lado del teléfono.
-Tomás,
soy Cassandra, ¿por qué me has llamado? ¿Ha pasado algo? –su voz sonaba más
preocupada de lo que ella quería que fuera.
-¡Cassie!
Soy Lucas, Tomás está durmiendo –susurró.
-¿Qué ha
pasado, Lucas? Nunca me llamáis simplemente para hablar conmigo.
-No has
hablado con mamá, ¿verdad? –sonaba cauteloso.
-No, no
he hablado con mamá. ¿Qué habéis hecho ahora? –todo aquello olía a travesura.
-Bueno,
es que… todo fue culpa de Tomás –se apresuró a decir.
-Lucas,
¿qué ha pasado? Siempre dices que fue culpa de Tomás -“y en cierto modo tienes
toda la razón” pensó, pero no se lo dijo a él.
Lucas no
era mal chico después de todo, pero estar las 24 horas del día con su gemelo
solía implicarlo en todas las travesuras de este, y aunque no fuera el que
planificara todo, solía simplemente dejarse llevar.
-Es muy
tarde Cassie, me voy a ir a dormir, ya hablarás con mamá. Pero, por favor, no
te enfades con nosotros. Te queremos –y colgó sin darle tiempo a decir nada
más.
Emitió
un bufido muy poco femenino y se dejó caer en la cama.
-¿Y
ahora qué narices han hecho esos pequeños demonios? –se dijo para sí misma en
voz alta.
-¿De qué
demonios hablamos? –la voz de Domenico justo a sus espaldas la sobresaltó
enormemente.
Soltó un
pequeño grito y cuando se dio la vuelta para enfrentarlo le golpeó en el pecho.
-¡No
vuelvas a hacer eso! ¡Me has asustado!
-Lo
siento –se disculpó él-. Pero, ¿qué ha pasado? ¿Con quién hablabas? Sonabas
preocupada.
-¿Ahora
te dedicas a espiar mis conversaciones, Domenico? –no sonaba nada contenta.
-No, no,
perdóname, es que venía a comprobar si seguías aquí y te escuché hablando.
Parecías tan alterada que me preocupé.
Ella le
miró entrecerrando ligeramente los ojos, pero finalmente los puso en blanco e
hizo un gesto despreocupado con la mano.
-¿Sabes
todo lo que te quejas de tu hermana? –él asintió dubitativo-. Mis hermanos son
20 veces peores, te lo aseguro.
Domenico
emitió una carcajada.
-¿Hermanos
pequeños? Esos siempre son los peores.
Cassandra
rio con él, a pesar de que aún estaba algo preocupada. Llamaría a su madre al
día siguiente, pero hasta entonces prefería no pensar en qué problema podían
haber causado sus hermanos.
Ninguno de los dos dijo nada durante un par de minutos, y
fue durante ese tiempo cuando ella recordó lo que había ocurrido en su
habitación un par de noches antes, y el día anterior en el restaurante. Eso la
puso realmente nerviosa, y estaba dispuesta a salir de la habitación cuanto
antes cuando Domenico carraspeó.
-¿Qué
tal lo estás pasando en la fiesta? –su tono era falsamente despreocupado.
-Bien,
genial. Tu familia sabe dar unas fiestas encantadoras.
-Sí, se
te veía entretenida hablando con Stefano –¿aquel filo en su voz eran celos?
-Bueno,
perdí a Alice en algún momento de la noche, así que pensé que conocer gente
sería entretenido –mintió.
Nunca le
había gustado interactuar con desconocidos en las fiestas, pero no quería
decirle eso a Domenico, era mejor que pensara que había estado hablando con
gente sin ningún problema.
Él asintió, medio sonriendo. Sabía que había mentido.
Había estado observándola gran parte de la noche, y había visto como se
escondía en un rincón evitando por todos los medios compañías desconocidas.
Cuando se percató de que estaba hablando con Stefano se dispuso a acercarse a
ellos, pero entonces llegó el joven Giulio y decidió esperar. Cuando de nuevo
se quedaron solos no pudo evitar interrumpir la conversación, sobre todo
porque, a pesar de que no hacía mucho que conocía a Cassandra, sabía leer
alguna de sus expresiones, y en esos instantes no se veía muy cómoda hablando con
el mayor de los Cacciatore. Pero guardó silencio, no había necesidad de decirle
que sabía que no estaba diciendo la verdad.
-¿Has
conocido mucha gente entonces? –no pudo resistirse a preguntar.
-No, no
tanta –guardó silencio unos instantes pero ante la mirada de él se vio obligada
a continuar-. Y… también he conocido a Giulio. Es un joven encantador.
-Oh, sí,
el pequeño de los hermanos. Él y Alice son buenos amigos desde niños.
-Sí,
Alice me lo dijo.
Él
aprovechó la pausa para acercarse a ella, centímetro a centímetro, la intención
era clara.
-Bueno…
pues… -casi ronroneaba- ¿preparada para volver a la fiesta o…?
-¡Domenico!
–una voz femenina le cortó y provocó que se separara bruscamente.
En la
puerta apareció una chica joven, unos años mayor que Alice, seguramente, con el
cabello castaño y los ojos de un intenso azul claro. Llevaba el pelo liso
trenzado a un lado de la cabeza y los labios de un intenso rojo, que hacían
juego con su vestido largo de seda que marcaba todas sus curvas, aunque estas
no fueran muchas ni muy pronunciadas, y se sujetaba por dos tirantes anchos que
descendían por el cuello en pico hasta llegar a un revelador escote.
-¿Lara? –Domenico
parecía sorprendido cuando la joven se echó en sus brazos-.
¿Qué haces aquí?
¿Qué haces aquí?
-Stefano
me dijo que estabas arriba y con tanta gente parecía imposible encontrarte, así
que subí a saludarte –mostró una deslumbrante sonrisa y le abrazó con más
fuerza.
-Ah,
claro, Stefano te lo dijo –comentó no muy feliz.
-Eso he
dicho, tonto –gritó ella coquetamente.
-Ya –se limitó
a contestar.
Unos
segundos después, se recuperó de la confusión y se percató de que Cassandra
seguía allí de pie, mirando con una mezcla entre desconfianza y fingida
indiferencia.
-Cassandra
–se separó de la joven y se acercó a ella-, esta es Lara Cacciatore, hermana de
Stefano y Giulio.
De ahí
los ojos azules, pensó.
-Lara –se
giró hacia ella-, ella es Cassandra Diamantidis.
-Encantada
de conocerte –se apresuró a decir la joven castaña con exagerada amabilidad.
-Encantada
–la imitó Cassandra sin mucho ánimo.
Esa
chica tenía algo que no le gustaba. Era demasiado amable, demasiado consciente
de cada paso de daba y cada palabra que salía de sus labios, y eso no le
gustaba nada.
-¡Ay,
Domenico! –ignoró completamente a Cassandra de nuevo y se volvió hacia él-.
Podría contarte mil cosas sobre el tiempo que hemos estado sin vernos. Deberías
pasar más por Siena –aquello último tenía tono de juguetona reprimenda.
-He
estado muy ocupado, ya sabes el trabajo…
-Oh, claro,
siempre el trabajo. Deberías tomar más vacaciones, todos te echamos de menos
por aquí –se lanzó de nuevo a abrazarle.
Cassandra
carraspeó.
-Bueno,
creo que vuelvo a la fiesta –comenzó a caminar hacia la puerta.
-Esp…
-trató de decir Domenico.
-Encantada
de nuevo, luego nos vemos –se despidió Lara en voz suficientemente alta como
para tapar la de él.
Cassandra
no se dio la vuelta, simplemente continuó andando hasta que salió de la
habitación. Sabía que se había ganado una enemiga, pero no le importaba en
absoluto. Estaba acostumbrada al odio de algunas mujeres, y no le molestaba lo
más mínimo, pero lo que esa pequeña castaña no sabía era que sabía de
defenderse de las arpías, y que Cassandra Diamantidis no se dejaba intimidar
por niñas ricas.
La parte más profunda y sensata de su mente trataba de
decirle que no había motivo alguno por el que cabrearse, que Lara no había
hecho nada que debiera molestarla. Pero quizás no insistió lo suficiente en
ello, y para cuando Cassandra había terminado de bajar las escaleras un pequeño
sentimiento de furia se había instalado en su interior.
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