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viernes, 12 de julio de 2013

Capítulo 10: Excesos, clásicos y caballos

Después de demasiado tiempo sin subir capítulo de Besos de Rubí, aquí está el capítulo 10!!! Y, por mi horrible capacidad para organizarme y poder escribir más, en muy poquito tiempo -y con poquito me refiero a, como muy tarde, el lunes- subiré el capítulo 11, que ya lo tengo en mente, solo me falta escribirlo. En realidad parte del 11 creo que podría haberlo metido en este, pero entonces este se haría un capítulo muy largo (cosa que no está mal pero dejaría al 11 un tanto vacío). Así que mejor lo dejamos como está jaja 
La universidad como que me robó mucho tiempo, y encima me toca recuperar asignaturas para cuando llegue septiembre, pero ánimos y esfuerzo, eso es todo lo que necesito jaja
Por otro lado, yo sigo a mi bola con los relatos cortos. Los de las musas sigo escribiéndolos, aunque bastante despacio, porque se me van acabando las ideas sobre como presentarlas. El relato que comencé, Ingrid y Elián (si no recordáis de cual hablo clik AQUÍ) escribí parte de él en papel, perdí el papel, empecé a reescribirlo, me quedé en la parra y lo dejé ahí, así que sinceramente, no sé si continuaré escribiéndolo, o si escribo no creo que sea un relato de 3 o 4 partes como pretendía, lo mismo hago un pequeño relato con el desenlace que quería darle, explicando un poco lo que ocurre entre medias, pero tampoco estoy segura de sí haré eso.
Qué más, qué más... Ah!! Para la que lea Historias de un Caserón Victoriano, hace ya mucho que no toco nada de esos relatos. Tengo prácticamente escrito el último relato que subiré, entre medias hay algunos, pero no serán muchos, es una especie de "colección de relatos" que no pretendo que se extienda demasiado. Al fin y al cabo es una historia de amor de época, y no puedo sacarle más jugo del que tiene.
Bueno, creo que ya está todo, saludos y espero que lo disfrutéis.


-¡Alice Mirella Di Genaro! –la voz normalmente afable y calmada de la siempre sonriente Apprile Tabone resonó por toda la casa con una furia inusitada.
            Cassandra se encontraba junto a la menuda y dulce Ali cuando la llamada llegó desde la cocina hasta el jardín donde ambas estaban desayunando. En esa situación cualquiera sabía lo que vendría a continuación, ninguna madre utilizaba el nombre completo de sus hijos si no era para gritarles por algo que habían hecho realmente mal.
            -Odio, odio, odio –hizo un énfasis en el último “odio”-, que utilice mi segundo nombre. Y ella lo sabe perfectamente.
            Cassandra se rio interiormente ante el comentario de la joven. Parecía ser que compartían la animadversión por sus respectivos segundos nombres.
            -Quizás deberías ir, Alice, parece realmente enfadada –aconsejó Cassandra algo preocupada.
            -Solo dame un momento. La calmaré y podremos ir de compras –se despidió con su mejor sonrisa, y entró en la casa por la enorme puerta de cristal.
            Cassandra cerró los ojos momentáneamente disfrutando del agradable sol de La Toscana. Italia era un lugar verdaderamente agradable, aquello no podía negarlo. Pasar unos días allí había sido la mejor decisión que había tomado en mucho tiempo, incluso a pesar de sus reticencias a estar tanto tiempo bajo el mismo techo que cierto italiano irritante.
            -¿Disfrutando del sol del mañana? –hablando del rey de roma…
            -Solo estoy esperando a Alice –contestó ella mientras abría los ojos rápidamente.
            -Creo que mi hermana se ha metido en un buen lío esta vez –meditó Domenico con el rostro un tanto serio.
            -¿Qué ha ocurrido?
            Pero antes de que Domenico pudiera contestar, una muy cabreada Alice llegó junto a ellos espetando insultos en italiano, inglés, español y francés aleatoriamente.
            -¡Me ha quitado la tarjeta de crédito! ¡¿Cómo puede hacerme esto?! –el enfado era casi palpable a su alrededor.
            -Creo que gastar tres mil euros en ropa, zapatos y decoraciones para la fiesta es el motivo, hermanita –Cassandra advertía cierta burla en los ojos de Domenico cuando dijo aquello.
            -No fue tanto y además, ¡todas esas cosas eran necesarias! Mamá y papá sabían que quería algo grande para mi cumpleaños –la juventud de Alice se mostró ante Cassandra en todo su esplendor. Con un grado en derecho o sin él, Alice seguía siendo un poco como una niña mimada más.
            -Tu límite estaba en dos mil, Ali. Una cantidad generosa para la decoración, el vestido que quisieras y unos zapatos a juego. Te has excedido, y lo sabes –la riñó Domenico-. ¡Ni siquiera tienes que pagar el catering con ese presupuesto! La tía Beatrice lo ha encargado a su empresa.
            Alice se limitó a mirar a su hermano con el ceño fruncido y acercarse un poco más a Cassandra, dejando claro la compañía de quién prefería en aquellos momentos.
            -Bueno –interrumpió Cassandra tratando de sonar alegre-, de todos modos podemos salir de compras. Pagaré yo, como regalo de cumpleaños.
            La cara de Alice se iluminó y recobró durante unos segundos la alegría y dulzura de niña que la caracterizaba, tan solo unos segundos hasta que Domenico intervino.
            -Nada de compras –sentenció sin sentir ninguna lástima por su hermana pequeña-. Ya has gastado suficiente dinero de nuestros padres, no permitiré que gastes también el de Cassandra por tus arrebatos de niña pequeña. Cuando ganes tú misma tu propio dinero podrás gastarlo todo en ropa si es lo que deseas
            Alice se quedó en silencio, mirando a su hermano con cierta rabia en los ojos. Domenico básicamente acababa de acusarla de aprovechada. Su expresión neutra cambió por un rostro serio en unas milésimas de segundo. Lo que más le dolía de todo aquello era que, no tan en el fondo, sabía que Domenico tenía razón. Que no era más que una niña malcriada que pataleaba cuando le quitaban su juguete preferido.
            -Discúlpame, Cassandra. Creo que será mejor dejar las compras para otro día –se excusó con una sonrisa cortés y volvió al interior de la casa calmadamente, odiando ligeramente a su madre y su hermano por fastidiarle la tarde.
            -No es más que una niña, Domenico –dijo Cassandra suavemente-. Cuando era más joven yo también creía que el mundo era todo mío. Tarde o temprano madurará.
            -Espero que temprano –susurró él mirando en la dirección por la que se había ido su hermana.
            El silencio creó como siempre una extraña brecha entre ellos, sumiendo todo en un estado de incomodidad y extrañeza.
            -Me has arruinado los planes de todo el día –dijo de repente Cassandra.
            -¿Qué? –Domenico salió de su ensimismamiento con un repentino y rápido parpadeo.
            -Iba a pasar el día con tu hermana –aclaró ella-. Pero parece que hoy acabará siendo uno de esos días en los que me limitaré a leer durante horas en mi habitación.
            Domenico captó cierto tono de autocompasión en ella que le resultó de lo más divertido.
            -Lamento mucho haber arruinado tu día –se disculpó él formalmente, a pesar de que una extraña sonrisa revoloteaba entre sus labios.
            -Otro día será –se limitó a contestar mientras se daba la vuelta, provocando que su corta falda con vuelo de color verde lima ondeará graciosamente.
            Domenico se quedó de pie en el amplio jardín trasero de la villa de sus padres, pensando que quizás aquel día Cassandra no tenía que por qué pasar el día leyendo en su habitación. Después de todo, ¿qué planes tenía él en su estancia a Siena además de descansar y olvidar que existía el móvil de la empresa?

…………………………………………………………………..


            Habían pasado ya un par de horas desde que Cassandra entrara en la casa y se encerrara en su amplia habitación. Adoró a Alice con todo su corazón cuando se dio cuenta de que bajo el ventanal de su cuarto había un amplio banco acolchado, que le resultó perfecto para sentarse a leer. Hacía ya mucho que no tenía tiempo para relajarse y practicar el que era uno de sus pasatiempos favoritos. Abrió el libro por donde señalaba el marca-páginas y se sumió en el mundo de Catherine y Heathcliff, que le atrapó de la manera absorbente en la que siempre conseguían sumirla los clásicos.
            Llevaba ya un rato en la misma posición, sin percatarse de que había transcurrido ya mucho tiempo, cuando llegó al último párrafo del libro:
            -“Yo me detuve allí, cara al cielo sereno. Y siguiendo con los ojos el vuelo de las libélulas entre las plantas silvestres y las campanillas, y oyendo el rumor de la suave brisa entre el césped, me admiré de que alguien pudiera atribuir inquietos sueños a los que descansaban en tan quietas tumbas.” –susurró en voz alta sin apenas darse cuenta.
            -¿Cumbres borrascosas? –una voz proveniente del otro lado del dormitorio le hizo cerrar el libro de golpe y levantarse agitada.
            -¡Domenico! Maldita sea, me has asustado –el corazón de Cassandra golpeteaba frenéticamente en su pecho.
            Domenico se acercó a ella con gesto de disculpa en el rostro, y la tomo de la mano, que besó con suavidad.
            -Discúlpame, no era mi intención asustarte –el roce de su aliento contra su mano hizo que Cassandra se estremeciera, y para nada en un mal sentido.
            -No… no pasa nada –tartamudeó ella ligeramente y recuperó su mano con un rápido y ligeramente brusco movimiento.
            Se formó un extraño silencio, aunque no del todo incómodo.
            -No te imaginaba como una amante de los clásicos, la verdad –dijo él de repente.
            -¿Y por qué no? –preguntó ligeramente molesta.
            -La mayoría de los clásicos llevan consigo una historia de amor eterno, amantes desesperados el uno por el otro, ya sabes, y no pienso que eso vaya mucho contigo.
            -No son las tontas historias de amor y desamor de hoy en día, con sus finales felices y todo de color de rosa –su voz era algo más alta ahora-. Los clásicos nos recuerdan que el amor no es ni mucho menos bonito, que suele llevar a la autodestrucción.
            -¿Eso piensas tú del amor? –Domenico se sentía algo molesto, y casi le sacó de sus casillas el tímido asentimiento de ella-. Pues no deberías –y a continuación giró sobre sus talones y salió de la habitación con paso tranquilo, dejando a Cassandra pasmada de pie junto a la ventana.
            “¿Qué diablos acaba de pasar aquí?” se preguntó a sí misma con una mezcla de enfado y confusión.
            Salió de la habitación apresuradamente, esperando ver a Domenico en el pasillo y pedirle explicaciones, pero allí ya no había nadie. Se acercó a la puerta junto a la suya y llamó apresuradamente, esperando que Alice estuviera dentro.
            -¿Quién es? –la voz de la joven carecía de alegría cuando contestó.
            -Cassandra. ¿Puedo pasar? –preguntó ella ahora algo insegura.
            -¡Claro!, adelante –Cassandra juraría que su voz sonó ligeramente más animada.
            Abrió la puerta despacio y la cerró tras ella, sin apenas hacer ruido. Se encontró ante ella una habitación algo más grande que la suya, de diferentes tonos de azul, que hacían sentir como si uno estuviera en medio de mar, entre olas y espuma blanca, bajo el cielo azul. Lo que más impresionó a Cassandra fue la enorme cama que se encontraba junto a un ventanal, algo más grande que el de su propia habitación. En el centro de ésta se encontraba Alice, con el cobertor azul zafiro arremolinado a los pies que dejaba ver unas sábanas de seda de un azul tan claro que parecía blanco.
            -¿Estás bien? –preguntó centrándose en Alice, quien se había deshecho del maquillaje y las ropas que llevaba por la mañana y ahora llevaba un sencillo vestido de verano de color rosa claro. Con su cabello rubio ondulado enmarcándole la cara y las piernas rodeadas por sus brazos parecía una muñequita, angelical y delicada.
            -Claro –sonrió ella débilmente-. No debería haberme disgustado tanto, la verdad.
            Cassandra se sentó a su lado y tomó sus manos entre las suyas, intentando darle algo de consuelo.
            -Nuestra tarde de chicas se fue al garete –Alice ya parecía más animada.
            -Eso mismo le dije a tu hermano cuando estábamos en el jardín –Cassandra mostró una ligera sonrisa en sus labios, que de pronto se borró al recordar algo-. Hablando de tu hermano…
            -¿Sí? –la premió Alice con interés.
            -Nada, es una tontería –le restó ella importancia sacudiendo la cabeza.
            -¡Cassandra! Vamos, cuéntamelo –exigió la joven, claramente más animada que hace solo un minuto.
            -De acuerdo… pero no es nada, de verdad –ella seguía intentando zafarse de esa conversación, pero la mirada exigente de Alice hizo que se resignara-. Vale, de todos modos creo que es uno de los motivos por el que he venido a verte.
            Alice sonrió, orgullosa de sí misma por conseguir que Cassandra comenzara a confiar en ella. Ésta solo tardó un par de minutos en contarle lo que había sucedido tan recientemente en la habitación de al lado.
            -Wow –Alice se mostraba verdaderamente sorprendida-. ¿Se le veía enfadado?
            -Puede ser, tal vez un poco, pero no puedo llegar a entender por qué –Cassandra por su parte se sentía confusa.
            -¡Boba! –gritó riendo la joven mientras se levantaba de la cama-. Pues es bien fácil. Básicamente le dijiste que no crees en el amor, le has hundido un poco con eso –continuó riendo-. Mi hermano es tan predecible…
            -No tendría por qué disgustarse, crea o no crea en el amor –se cruzó de brazos.
            -De verdad creo que eres una gran persona y te aprecio a pesar del poco tiempo que hace que te conozco, y no te disgustes con esto, pero ambos sois unos estúpidos.
            Cassandra frunció el ceño.
            -¡Vamos, Cassandra! Cuanto antes admitáis que hay algo entre vosotros, antes dejaréis de pasaros el día discutiendo. Parecéis un viejo matrimonio –Alice continuaba riendo.
            -¿El mundo entero está obsesionado con vernos juntos o qué ocurre aquí? –espetó Cassandra más bien para sí misma.
            -No podéis luchar contra la opinión del mundo entero, ¿no crees?
            -Lo que tú digas… -subió sus pies descalzos a la cama y se abrazó a sus piernas.
            Alice se sentó junto a ella y pasó un brazo sobre sus hombros, dándole un rápido abrazo.
            -Acabo de recordar algo –dijo de pronto Cassandra.
            -¿Qué?
            -¿Cómo conseguiste el número de mis jefes para cancelar la reunión? –aquello había estado preguntándoselo desde que Domenico le contó quién había provocado aquel alboroto.
            -No estarás cabreada por eso, ¿verdad? –preguntó Alice con expresión de preocupación.
            -Tranquila, ya no tengo ganas de matarte por eso –rio-. Pero responde a mi pregunta.
            -Bueno… tengo amigos abogados… que tienen contactos, son amigos de otros abogados, ya sabes. Entre nosotros no es tan difícil conseguir números de teléfono y direcciones –explicó algo insegura.
            -Claro –entendió Cassandra-. Creo que serás una buena abogada. Un poco fuera de la ley, pero buena abogada, al fin y al cabo –ronrió.
            Alice la acompañó con su risa y ambas acabaron tumbadas boca arriba, sonriendo y pensando.
            -¿Sabes montar a caballo, Cassandra?
            -Hace ya bastante que no monto, pero sí –sonrió al recordar los días de su infancia en Grecia-. Cuando vivía con mi abuela en Grecia me regaló un precioso Messara castaño, esa yegua era pura energía. Y mi padre montaba un Frisón, un impresionante semental de capa tan negra como un cielo sin luna ni estrellas, nacido en la misma Holanda y con un temperamento fuerte como jamás he visto a ningún caballo –añadió riendo.
            -Cuando yo era muy pequeña papá me compró un Pinto Americano, de capa cremello, dócil, cariñoso y muy inteligente –su sonrisa se volvió nostálgica-. Hace cinco años hubo un incendio en los establos por un fallo eléctrico. Sufrió quemaduras demasiado graves y el veterinario no tuvo otro remedio que sacrificarlo –sus ojos se llenaron de pesar.
            -Lo siento de veras –se compadeció Cassandra-. Pandora sigue en la finca de mi abuela. Dejó la casa y los terrenos a mi nombre antes de morir, y se la alquilé a una familia a condición de que cuidaran de mi yegua. Mi trabajo no me permite ir allí todo lo que me gustaría.
            Alice asintió pensativa, algo menos pesarosa en ese momento.
            -Hace cuatro años mamá trajo una yegua de raza Árabe de color alazán. Creo que en mi vida he visto un ejemplar tan bonito como ese. Por aquel entonces era poco más que una potrilla, ahora es todo un manojo de músculos y nervios –exclamó-. La llamé Furia. No es que sea indomable ni nada así, pero cuando comience a competir creo que inspirará cierto temor. También tengo un Hannoveriano negro, Tizón, es el más elegante en doma clásica –sonaba orgullosa.
            -Caballos de calidad entonces.
            -Ya que no podemos ir de compras podríamos salir a montar, ¿quieres?
            -Me encantaría –aceptó.
            -Creo que lo mejor será que montes a Tizón. Es joven, pero no tanto como Furia, y desde luego es mucho más manejable y confiado.
            -Claro –asintió Cassandra sonriendo-. Aunque tengo un pequeño problema –recordó de repente-, no creo que tenga nada con lo que pueda montar.
            Alice se llevó un dedo a los labios mientras buscaba una solución.
            -Mis trajes no te servirán, soy más menuda que tú, pero creo que los que utilizaba mi madre cuando era más joven te irán perfectos. Ella hace un par de años que no monta.
            -Genial entonces.
            -¡Vamos! –la apremió Alice tomándola del brazo y arrastrándola a lo largo del pasillo hasta el cuarto de su madre.
            En cuanto entró se dirigió a unas grandes puertas de madera clara y las abrió, dejando a la vista un enorme vestidor perfectamente ordenado, pero también repleto de ropa.

            -Lo vamos a pasar muy bien, verás –se carcajeó Alice y a continuación se sumió en la tarea que tenía en mente con total concentración.

1 comentario:

  1. HOLA:3

    Puedes llamarme sinvergüenza si gustas e_e se me olvida pasarme por aquí y eso es imperdonable. Anda, prepara la chancla para pegarme D:

    Ayer leí este capítulo pero soy una floja de lo peor que se va a jugar en lugar de cumplir con sus promesas de pasarse más a comentar.

    Por cierto Ainhoa :D tienes que saber que hoy soñé contigo! no me acuerdo en dónde, si yo iba para allá o tú venías para acá pero nos encontrábamos en una pequeña plaza :') y yo estaba bien feliz porque por fin tenía la oportunidad de conocerte:3

    Ahora sobre el capítulo:
    Alice me cae muy bien pero no puedo evitar pensar en ella como Alice Cullen. Me parece que por el nombre y por su personalidad que son muy parecidas xD
    Domenico es bello :') me encanta que por esta vez sea el hombre el enamorado que intenta captar la atención de la chica y no al revés.
    Yo no sé nada de caballos :c pero recuerdo que la primera vez que me subí a uno fue para bajar por... no tengo idea cómo se llama pero era una camino largo que iba descendiendo gradualmente hasta hacerte parecer como que ibas a bajar la montaña D: (bueno no xD pero sí se inclinaba muy feo) y al final me asusté porque la silla de montar estaba mal ajustada y se fue de lado y yo con ella, casi me caigo ): así que mejor me bajé y seguí el resto del recorrido a pie xD
    Soy una gran cobarde.
    Ya me gustaría a mí tener todo ese dinero que Alice gastó D: fui a google para convertir la moneda y acá en México esos son 50,000 pesos. Casi me da algo cuando vi la cifra.
    El capítulo me gustó ^^ pero quiero que ya pase algo entre esos dos! iré a leer el siguiente.

    :D

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