Seguidores

sábado, 28 de enero de 2012

3- Historias de criadas

Tras algún tiempo, puede que mucho la verdad. Historias de un caserón victoriano vuelve, me gustaría decir que con fuerza, pero, siendo sincera, este nuevo relato es más bien escueto, aunque refleja lo que es el caserón desde sus "cimientos". Bueno, sin más que añadir, os dejo otra historia más. ¡Un beso!

0.

Era el mediodía de un día demasiado soleado para estar en pleno enero. El cabello castaño de una muchacha, casi una niña, brillaba a la luz del mediodía. El sol le arrancaba a su pelo unos destellos caobas y le daba a sus ojos ámbar un brillo encandilador. La chica pasaba un bonito cepillo, con el mango de plata, por su largo y fino pelo, metódicamente, mientras su mirada y su mente se perdían en algún lugar lejos de allí. Fueron unos suaves golpes en la puerta de su dormitorio los que la hicieron salir de su ensoñación.

-¿Samantha? –la cara de su madre apareció discretamente asomada por el marco de la puerta.

-¿Sí madre? –preguntó a su vez ella tras soltar el cepillo y levantarse de su tocador.

-Voy con tía Vivian a la ciudad a hacer unas compras, ¿quieres acompañarnos? –dijo a su hija con una sonrisa.

-Claro. Mandaré a Felicia que traiga un abrigo. ¡Felicia, mi abrigo! –escasos segundos después una mujer joven se acercó a ellas, tendiéndole el abrigo a Samantha.

-Tome, señorita –dijo simplemente la criada.

-Gracias –contestó la muchacha sin apenas prestarla atención-. ¿Podría comprarme algún vestido, madre? Tengo entendido que el mes que viene se celebrará un baile en la mansión Berinson.

-Cierto, yo también he oído rumores –dijo Edith pensativa-. De acuerdo. Lo cierto es que me gustaría comprar algunas ropas también a mí. Vayamos pues.

Las dos mujeres salieron de la estancia, seguidas por la criada, que andaba sigilosa escuchando las palabras de madre e hija. Ellas nunca lo sabrían, o al menos eso esperaba, pero Felicia transmitía a Selina cada una de las palabras que escuchaba de boca de sus señoras o invitadas. Edith y Samantha nunca buscaban la compañía de Selina a la hora de ir de compras, pues algunos años atrás ésta dejó bien claro que no disfrutaba de esas frívolas tardes entre tules y encajes, pero no por ello pensaba excluirse de la conversaciones de su madre y su hermana. La mayor parte del tiempo, tan solo llegaban a sus oídos conversaciones superficiales con las que se reía durante un rato en compañía de Felicia, pero en contadas ocasiones, sustraía datos relevantes de las palabras de ambas. Selina gozaba de la confianza de todas las criadas y sirvientes del caserón por su simpatía y dulzura, algo que la favorecía enormemente, ya que la convertía en la verdadera señora de la casa, aunque fuera en el más absoluto secreto y discreción. A sus oídos llegaban historias graciosas, ligeramente humillantes, estúpidas, aburridas o simplemente carentes de interés. Las criadas siempre tenían algo que contar y disfrutaban relatando a Selina cualquier cosa que llegaba a sus oídos, pues ésta las sonreía, escuchaba y apreciaba.

Felicia sonrió ligeramente al escuchar a Samantha decir a Edith que para el nuevo vestido no quería escatimar en gastos. Seguro que Selina reiría ante ese comentario y respondería con algo como “¿y cuando escatima ella en gastos?” mientras estallaba en carcajadas. Realmente apreciaba a la joven y prácticamente la consideraba su mejor amiga. Mientras madre e hija esperaban a que la calesa estuviera lista, Felicia fue en busca de una criada que acompañara a las señoras a la ciudad y, ante la no especificación de estas, decidió avisar a Charlotte, una de las criadas en las que ella y Selina confiaban. Estaba segura de que aquella noche ambas se iban a divertir con las absurdas ocurrencias de Samantha y Edith.

No hay comentarios:

Publicar un comentario