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lunes, 21 de octubre de 2013

Sueño extraño, como poco

¡¡Muy buenas!! Cómo podéis ver, la entrada se titula "Sueño extraño, como poco". La cosa es, que he tenido un sueño desconcertante, o por lo menos para mí lo es. Entre todos los sueños que he tenido en realidad creo que no es el más raro (juro que suelo soñar cosas de lo más extrañas). Pero lo gracioso esta vez, es que en el sueño estábamos mi mejor amiga y yo. Lo cierto es que hace ya bastante que no la veo, y creo que mi subconsciente me dice que vaya a verla o algo jaja El caso, el relato que he escrito es básicamente el sueño que he tenido. Antes de lo del relato recuerdo partes extrañas del sueño, pero como no tienen ni pies ni cabeza, ni tengo manera alguna de saber qué demonios pasa ahí, he decidido prescindir de ello hasta la parte en la que me acuerdo de suficientes cosas como para hacer algo conexo. Aún así, es cierto que hay muchos detalles que no recordaba bien cuando desperté (por mucho que nada más despertarme escribiera todo rápidamente en plan lista en una libreta), así que para que pudiera ser un relato he metido algunos detallitos de mi cosecha, total, todo viene de mi imaginación xD Consciente o no. Así que poco más, solo decir que los nombres que he utilizado no son el mío y el de mi amiga. Cuando leáis Anne pensad en mí jaja Y Maia es el del personaje que sería mi amiga. Os dejo con la extraña lectura, no intentéis buscarle gran sentido, es solo que me ha parecido muy curioso y lo he escrito. 


-No es cierto… ¿De verdad es cierto? –exclamó la joven llevándose una mano a los labios-. No me lo puedo creer –y a continuación estalló en una sonora carcajada.
                -¡Claro que lo es!, sabes que nunca te miento –respondió su amiga, jugando con un largo mechón de pelo rojo entre sus dedos-. Fue muy frustrante.
                -Normal –contestó a su vez la primera chica, apoyándose sobre los codos descansando en la cama de colcha y sábanas blancas.
                -¿Y tú qué? –preguntó la pelirroja inclinándose hacia delante.
                -¿Yo?
                -Sí, tú, ¿quién va a ser? –dijo mientras rodaba los ojos.
                -Nada nuevo ni interesante –respondió despreocupadamente-. En casa con mi madre y mi hermana, lo de siempre.
                -Ya… -susurró golpeándole la nariz con un dedo.
                Un estruendoso sonido llegó entonces desde la ventana abierta y la pelirroja se dejó caer tumbada en la cama tapándose los oídos con gesto irritado.
                -Llevan así todo el día. Acabaré tirándome por la ventana –gritó.
                -¿Qué están haciendo? –preguntó su amiga alisándose el pelo castaño claro con los dedos.
                -Molestar, eso hacen –respondió la otra cabreada.
                Se levantó de la cama en un movimiento rápido y se asomó a la ventana.
                -¿Cuándo demonios vais a terminar? Esto es eterno.
                Un hombre de unos treinta y tantos años apareció colgado por la parte externa de la ventana, sorprendiendo a la chica castaña.
                -¿Pero qué…?
                -En unas horas, señorita –contestó el hombre con cortesía-. Sentimos el escándalo –añadió sonriendo.
                -Ya, bueno… -dijo la pelirroja haciendo un gesto con la mano-. Obras en la fachada… no sé, algo así –respondió  a la pregunta de su amiga.
                -Bueno, yo tengo que irme. Para mi desgracia tengo que ir a un sitio –intervino repentinamente ésta-. Mañana nos vemos, Anne.
                La pelirroja cerró la ventana y se acercó a su amiga.
                -Voy contigo, donde sea, cualquier cosa antes que quedarme aquí con este escándalo.
                -Pero…
                -¿No puedo ir contigo, Maia? –insistió con ojos de cachorro.
                -Está bien, como quieras, pero no te quejes.
                -Claro –gritó emocionada Anne mientras cogía el bolso de la silla del tocador-. ¡Vamos!
                Salieron a la calle la una al lado de la otra y recorrieron calles y callejones en los que Anne apenas se fijó, centrándose únicamente en seguir a Maia y seguir hablando despreocupadamente. Cuando llegaron ante la puerta de un edificio de aspecto viejo, Anne frunció el ceño.
                -¿Dónde estamos? –preguntó con evidente desagrado, y a continuación adoptó un gesto desconfiado en el rostro-. ¿Por qué narices tienes que venir aquí?
                Su amiga fijó sus ojos castaños en ella y frunció los labios con disgusto.
                -Ya sabes, a ver a mi padre –explicó, todo lo contrario a entusiasmada.
                -¿Tu…? ¡Oh! –exclamó finalmente comprendiendo-. ¿Y por qué sigues viniendo?
                -Bah… ni siquiera lo sé. Vamos – apremió entrando por la desvencijada puerta.
                Frente a ellas encontraron una habitación vacía, de tamaño medio, con unas escaleras metálicas en el extremo opuesto a la puerta. Maia se acercó sin vacilar a las descendentes y miró hacia atrás para asegurarse de que su amiga la seguía. Anne por su parte, andaba tras ella cautelosa, mirando a todo lados con recelo. Ninguna dijo una palabra mientras descendían por las escaleras, que parecían interminables, hasta que llegaron a un rellano en el que esperaba un niño de unos diez años, de pelo castaño oscuro y vestido con ropas algo antiguas.
                -Seguidme –se limitó a decir antes de encabezar de nuevo el descenso por las tortuosas escaleras.
                Caminaron sin cesar durante muchos minutos, hasta que un golpeteo rápido y cada vez mayor empezó a escucharse por encima de ellos.
                -¡Rápido! –exclamó el niño mientras comenzaba a correr.
                Las chicas le siguieron, sus respiraciones y latidos cada vez más alterados. Cuando las escaleras se acabaron, llegaron a un pasillo largo y oscuro, donde el niño siguió corriendo, esquivando extraños objetos que parecían salir volando de ningún lado. Maia y Anne continuaron tras él, agachándose y saltando como si les fuera la vida en ello. Unos minutos después del pasillo se acabó, viéndose solo una trampilla sobre sus cabezas, que repentinamente se vieron forzadas a atravesar por algo que las arrastró hacia arriba.
La mente de Anne estaba en un estado de confusión difícil de explicar. Conocía por boca de su amiga las excentricidades del lugar que acababan de recorrer, pero nada la preparó para encontrarse algo así. Suspiró exhausta y por fin se animó a recorrer con los ojos la estancia en la que se encontraban. Una mesa amplia y maciza, con mantel de encajes y bordados blancos, era lo que más llamaba la atención, con seis sillas a su alrededor, de las cuales tres estaban ya ocupadas al entrar. El curioso niño que las guió se sentó en la cuarta e indicó con la mirada a las visitantes que hicieran lo mismo. Estas obedecieron rápidamente y de pronto la estancia se llenó de calma. Los primeros tres ocupantes de las sillas, las observaban con una sonrisa de irritante y falsa felicidad en sus rostros de piel clara. El primero era un hombre de pelo negro ensortijado, alto y delgado, de rasgos afilados y ojos oscuros, cuya mano derecha reposaba sobre la de una mujer de cabello castaño recogido en un moño suelto, la cara empolvada y los ojos claros muy abiertos, que llevaba un vestido largo y abultado de color rosa palo. A la izquierda del hombre, una niña con coletas rubias bebía de su taza rosa, escondiendo parte de su cara con el objeto, dejando solo ver claramente sus ojos grises.
                -Que bien que hayas traído compañía, hija –exclamó el hombre-. Me alegro de volver a verte, Anne –saludó el hombre con excesivo entusiasmo.
                -Gracias, igualmente –respondió ésta educadamente tras regalarle una sonrisa forzada.
                -¡Comed! ¡Comed! –gritó el hombre señalando la abundante comida sobre la mesa-. ¿Unos gofres?
                Sin esperar una respuesta, vertió un poco de una masa clara sobre un recipiente liso y puso un gran trozo de mantequilla en el centro. Cuando todo estaba casi mezclado y cocinado, comenzó a marcar cuadraditos en la forma circular con un pequeño cuadrado de metal.
                -Probadlo –dijo aún sonriente empujando un plato con el extraño gofre hacia las chicas.
                -No, gracias –respondió Maia de malos modos.
                -Yo… -comenzó Anne-. Muchas gracias, pero no tengo hambre.
                -Como queráis –se limitó a responder el hombre llevando el plato de nuevo hacia sí.
                El resto de comensales miraban con infinito aburrimiento a las chicas, llevando pequeños trozos de comida a sus bocas de vez en cuando. El silencio parecía amenazar con tragárselos a todos.
                -Bueno, tenemos que irnos –dijo de repente Maia levantándose de la silla.
                Anne se apresuró a hacer lo mismo.
                -¿Tan pronto? –preguntó el hombre levantándose, dejando así ver bien su vestimenta que, al igual que la del resto de su familia, era de aspecto antiguo.
                -Sí, adiós –respondió Maia secamente.
                El recorrido hacia el exterior fue rápido y en silencio. Cuando estaban fuera Anne ni siquiera sabía cómo habían llegado a la calle.
                -Eso… -comenzó titubeante.
                -Vamos a tomar algo –la interrumpió Maia visiblemente más tranquila, recuperando su calma natural.
                -Claro –se limitó a decir Anne.

                Las chicas anduvieron tranquilamente por la calle, la una al lado de la otra, charlando y balanceando sus cabellos sueltos al viento, y se perdieron entre la gente.


Bueno,¿qué? ¿Estoy o no estoy un poco majareta? ¿Qué os ha parecido? Decidme como de extraña soy en los comentarios jaja 
Por cierto, lo de los gofres es difícil de explicar, algo así como si hicieran los "hundimientos" cuadrados, los que dan forma al gofre, pero con una cosa de metal. No sé, es algo entraño que no entiendo de dónde pudo sacar mi subconsciente xD

Saludos♥

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