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viernes, 19 de julio de 2013

Las edades de Lulú

Buenas blogger@s mi@s!! :D
Hoy toca recomendación/reseña!! 
Esta vez de:



Y me acompaña mi querida amiga Marta, quien me enseñó este libro y que me va a ayudar a hacer la reseña ;P

Así que vamos a ello. Primero, como siempre, la sinopsis:

Lulú, la protagonista, es al comienzo de la obra una joven de quince años carente de afecto que siente atracción por Pablo, un profesor de universidad, amigo de su hermano. Después de su primera experiencia sexual, Lulú alimenta durante años, fantasías sobre aquel hombre que acaba por aceptar como permanente el juego amoroso de ella. La pareja vive en un mundo de experimentación, fantasía y acuerdos privados hasta que Lulú, ahora mujer de treinta años, decide buscar nuevas experiencias fuera de ese entorno seguro, lo que la involucrará en relaciones diversas de sexo de pareja, tríos, travestis y orgías.

Bueeeeeeeeeeeno, como podéis ver el libro es fuertecillo, pero tiene una psicología curiosa.
¿Opinión? Gramaticalmente correcto (que sabéis que eso lo suelo mirar), y bastante llevadero de leer.
No recomendado para menores de 18, y esta vez va en serio jaja
El personajes principal, Lulú, nos descubre los antros perversos y lujuriosos a los que siente necesidad de ir, y está muy perturbada para mi gusto. El libro en sí creo que hace meditar sobre que hay que tener cuidado con ciertos excesos, y eso se refleja muy bien en el final sobre todo (aunque en general en todo el libro te das cuenta de eso). Nada de niñas dulces e inocentes esta vez. La inocencia que pudiera tener Lulú se esfumó cuando tenía 15 años, dejándola casi a merced de sus deseos más lujuriosos. El libro nos enseña el aumento de su perversión según pasan los años, hasta llegar a los 30, cuando sus "diversiones" son muy perturbadoras.
Otro personaje principal es Pablo, el que introduce a Lulú en todo este mundo de perversión. En el libro da la impresión de ser el típico guaperas al que le van las jovencitas, bastante avanzado en "artes amatorias" digamos jaja Es amigo del hermano mayor de Lulú, y tiene unos cuantos años más que ella.
Según vas avanzando van saliendo personajes de lo más curiosos, demasiado curiosos.
No sabría si recomendr el libro a todo el mundo porque cada uno está más o menos acostumbrado a ciertos tipos de lectura, pero el libro lo considero bueno.
Hay una película basada en el libro, pero verla sin leer el libro no lo recomiendo para nada, y verla después del libro pues entiendes más cosas y no te quedas tan flipando, pero tampoco me parece necesario verla, la verdad.
Bueno, el libro es... distinto a lo que suelo recomendar aquí así que no voy a decir mucho más de él. Pero para el que le haya llamado la atención: es bueno.

Y ya tema aparte, esta es la entrada 99 del blog. La verdad, ni me había dado cuenta de cuantas llevaba o dejaba de llevar, pero como Virialt para su entrada número 100 va a hacer algo un poco más especial, pues he pensado hacer algo que os guste. Y mi idea es, subir dos capítulos de Besos de Rubí, el 12 y el 13, que además ya tienen ciertas escenas que creo que os encantarán, así que me ha parecido una idea bastante buena para todo el mundo.
Bueno, eso es todo, decidme que opináis, mientras tanto yo voy a seguir con Besos de Rubí para tenerlos lo antes posible :D
Un beso♥

martes, 16 de julio de 2013

Capítulo 11

            -Gaspare, prepara a Furia y Tizón. Cassandra y yo queremos salir a montar.
            -Enseguida –el mozo salió apresuradamente.
            Las chicas caminaban por el establo, un establo de un tamaño considerable donde había al menos una docena de caballos, ataviadas con trajes de montar.
            -¿Todos los caballos son de tu familia? –preguntó Cassandra asombrada.
            -No, no todos. Papá tienes algunos Pura sangre, los adora. Aquel de allí –señaló a un precioso semental Silla americano son el pelaje de un brillante negro obsidiana-, es Diablo, el caballo de Domenico.
            -¿Diablo? –rio.
            -Un nombre muy típico, lo sé –rio a su vez Alice-. Pero tenía 11 años cuando mi padre lo compró para él. No pueden esperarse nombres más originales de un niño de esa edad.
            -Pandora tampoco fue un nombre muy original, pero vivía en Grecia y mi abuela era fanática de la mitología. Tenía metidos en la cabeza los nombres de todas las diosas, amantes de dioses y mujeres implicadas en las historias.
            -Era de esperar entonces –comentó Alice sonriendo-. ¡Oh! Mira, esa yegua de allí, la Azteca de color tordo plateado –Cassandra la miró-. Se llama Graziella, es de mi madre, aunque como te he dicho antes, hace ya bastante que no monta.
            -Tiene un pelaje asombroso –la alagó.
            -Mamá insiste en que la mantengan brillante, a pesar de que no monte viene mucho a visitarla. La adora –sonrió-. El resto de caballos son de algunos amigos de mis padres, un par de yeguas son de tía Beatrice, y también hay algunos caballos que utilizan los encargados de la finca.
            -Gastareis una fortuna en cuidar tantos caballos, ¿no?
            -Los amigos de mis padres pagan por tenerlos aquí bien atendidos, incluso mi tía insiste en pagar el alimento. Los negocios de papá dan mucho dinero, como has podido comprobar, así que no es un gasto demasiado desmesurado.
            -Entiendo –asintió seria.
            Ella misma tenía unos ingresos bastante satisfactorios al mes para mantener sus dos casas y a Pandora, pero no podría cargar con los gastos de una decena de caballos.
            -Señorita –Gaspare se acercó llevando con él un precioso caballo que Cassandra creyó que sería Tizón-, no podré traerle a Furia.
            -¿Y eso por qué? –preguntó Alice, en parte molesta y en parte preocupada.
            -Su hermano salió a montar con ella –respondió el mozo con la cabeza baja.
            -¿Mi hermano? ¿Domenico? –el mozo asintió-. ¿Por qué no ha cogido a Diablo si puede saberse?
            -Matteo me ha dicho que Diablo estaba alterado hoy y no había manera de sacarlo de su cuadra.
            Alice emitió un sonido muy parecido a un gruñido.
            -Podía haber cogido uno de los Pura sangre de mi padre –refunfuñó medio gritando.
            -Matteo ha dicho que su hermano quería un caballo rápido, y Diablo y Furia son los caballos más veloces de cuantos tiene en propiedad su familia –Cassandra intuía que Gaspare comenzaba a ponerse realmente nervioso.
            -Monta tú con Tizón, Ali, no pasa nada –interrumpió al ver la angustia del joven-. Volveré a la casa a leer hasta la comida.
            -No, tranquila –sonrió-. Cogeré a Graziella, seguro que tiene ganas de estirar los músculos –se giró y miró al mozo-. Prepárala, por favor.
            -Como mande, señorita –y se apresuró a cumplir con su cometido.

…………………………………………………………………..

            El retumbar que provocaban los cascos del caballo al golpear contra el suelo, mientras corría a galope tendido, relajaba a Domenico de una manera muy reconfortante.
            -Vamos pequeña –acarició el cuello de la yegua con suavidad.
            Furia era el ejemplar de Árabe más asombroso que había visto jamás, y Domenico había visto muchos caballos en las competiciones cuando era más joven. Interiormente pensaba que ni siquiera Diablo podía compararse con el porte, la agilidad, la velocidad y la belleza de la yegua de su hermana, pero eso jamás se lo confesaría a Alice. Sabía que a su hermana no le gustaría si supiera que había cogido a su querida yegua para galopar, pero Diablo no estaba por la labor de cooperar ese día y ninguno de los otros caballos de su familia podía compararse a esos dos.
Al cabo de unos cuantos minutos aminoró la velocidad gradualmente hasta parar totalmente, y bajó de un salto de la grupa del animal.
            -Eres toda una campeona –le palmeó el hocico y sacó una manzana del bolsillo-. Toma, te la mereces.
            La yegua tomó la fruta con entusiasmo, y piafó moviendo la cabeza.
            -Vamos a tomarnos un descanso.
            Ató a Furia en la rama baja de un árbol, cerca de un riachuelo que pasaba por la propiedad y se tumbó en la orilla de este, cerrando los ojos y cruzando las manos en la nuca.
            Casi no se había dado cuenta de que se había quedado transpuesto durante una hora cuando el relinchar y el sonido de los cascos de un par de caballos le sorprendieron.
            -Mierda –susurró frotándose los ojos al ver que a la cabeza estaba Alice montando a Graziella-. Atenta Furia, creo que tu dueña me va a asesinar –la yegua, que estaba a unos metros de él, movió las orejas y zarandeó la cola.
            -¡Domenico! –Alice bajó del caballo tan pronto como este estuvo al paso, sin molestarse en detenerlo del todo-. Devuélveme a mi yegua, señorito roba-caballos.
            Él rodó los ojos.
            -Solo la he tomado prestada. Diablo no está muy sociable hoy –se defendió.
            -Eso ya lo sé, Gaspare me lo dijo –contestó ella molesta-. Pero podías haber cogido a uno de los caballos de papá, ¡o a Graziella! –se giró señalando a la yegua plateada.
            -No sabía que ibas a montar. No volveré a coger a Furia sin tu permiso, ¿de acuerdo? Pero no hagas de esto un drama –Domenico aún estaba demasiado adormilado como para empezar una disputa.
            -Está bien. Pero no lo olvides –se acercó a su yegua y comenzó a acariciarla con dulzura-. Hola pequeña.
            Cassandra se aclaró la garganta, recordándole a Alice que habían salido a montar juntas y haciendo que Domenico se percatara de su presencia.
            -Oh, Cassandra, vámonos –Alice miró a su hermano y tomó las riendas de su yegua-. Y Furia se viene conm… -el sonido de un disparo la interrumpió.
            -¿Qué demonios…? –comenzó Cassandra, pero el encabritamiento de Graziella llevó a que Tizón de pusiera nervioso.
            Bajó del caballo de un salto del caballo y comenzó a acariciarle el cuello con delicadeza. A su lado, la yegua plateada piafaba nerviosa. Alice estaba acercándose para calmarla cuando otro disparo sonó, lo que terminó de asustar al animal, que salió huyendo a galope tendido.
            -No, no, no. ¡Graziella! –gritó Alice asustada-. Mamá me matará si le ocurre algo.
            Volvió corriendo hasta su yegua, montó y mientras comenzaba a perseguir al asustado animal gritó sobre su hombro:
            -¡Volved a los establos! Os veré allí en cuanto consiga cogerla.
            Y se alejó de la vista de ambos a increíble velocidad.
            Domenico y Cassandra se quedaron durante un par de minutos en silencio. Ella ligeramente confundida por lo ocurrido, él aún perezoso tras su pequeño trance.
            -Será mejor que volvamos –dijo él de pronto acercándose a Tizón-. Ali no tardará mucho en atraparla –y se subió al caballo.
            Le tendió la mano a Cassandra, pero ella no la tomó.
            -Tu hermana me ha prestado el caballo, yo lo manejaré.
            -No, no lo harás. Vamos, sube de una vez –insistió.
            -No –dijo rotundamente levantando el mentón con orgullo.
            -Te quedarás aquí entonces.
            -No, serás tú el que se quede aquí –sentenció ella altivamente.
            -Creo que no estás en condiciones de pretender que eso ocurra –dijo él burlonamente, escapando una risa de sus labios-. Soy yo el que está montado en el caballo.
            Cassandra lo miró con odio, aún sin moverse ni cambiar sus intenciones. Fue entonces cuando Domenico decidió que estaba harto de juegos absurdos. Bajando al suelo, la tomó en brazos y la sentó de lado sobre Tizón. A continuación se subió en un rápido movimiento y tomó las riendas.
            -¿Qué demonios estás haciendo? –preguntó ella cabreada.
            -¿A ti qué te parece? Quiero volver ya a casa, es hora de comer.
            Cuando el caballo comenzó a avanzar al trote, acelerando hasta llegar a galope, Cassandra se agarró rápidamente a uno de los brazos de Domenico.
            -Domenico, para el caballo. ¡No puedo ir sentada de lado! –ese hombre la sacaba de quicio.
            -Las damas lo hicieron durante muchos años y sobrevivieron a ello, tú también puedes –soltó él con voz socarrona.
            -Primero, las damas no iban a galope tendido cuando montaban así. Y segundo, yo no soy ninguna dama –el azul profundo de sus ojos lapislázuli comenzaba a oscurecerse por la rabia, mientras tanto intentaba colocarse a horcajadas sobre la grupa del animal.
            -Eso ya lo sé –rio-. Estate quieta o acabarás cayéndote.
            -Já –emitió una risa seca y para nada alegre cuando consiguió su objetivo-. ¿Y de quién habría sido la culpa?
            Domenico la miró durante unos largos segundos, bajando la mirada hasta los labios de ella, movimiento del que Cassandra se percató, y que la hizo girar el rostro y mirar incómoda a sus propias manos, pensando en las sensaciones que la recorrieron cuando Domenico la besó en su apartamento. No, aquello o se repetiría. Lo que tenía que hacer era borrarlo de su mente.
            -¿Cassandra?
            -¿Sí? –se giró ligeramente para mirarlo.
            -Siento lo de esta mañana, en tu cuarto. Fui un estúpido –ella casi se había olvidado de aquello.
            -Lo fuiste –respondió simplemente.
            -Lo fui- repitió él-. ¿Sabes? Adoro los clásicos. Aunque hace ya mucho que no leo.
            -Yo llevaba semanas tratando de terminar Cumbres Borrascosas. Ya ni siquiera tengo los fines de semana para descansar –dijo con pesar-. A los clientes les gustan las reuniones de sábado noche seguidas de unas copas. No hay nada más insufrible.
            -No es que tengan preferencia por las reuniones nocturnas en fin de semana–Domenico sintió una extraña punzada de celos-. Una reunión de trabajo es una excusa perfecta para salir contigo un sábado.
            -No, no es así… -trató de desmentir.
            -Vamos, Cassandra, sabes que es cierto.
            Ella permaneció en silencio.
            -Bueno, los negocios los hemos dejado atrás por un tiempo, ¿no? –se apresuró a decir él intentando aliviar la tensión del momento-. Olvidémoslo.
            En ese momento un repentino salto del caballo, que había pasado sobre una no muy grande rama de árbol caída empujó a Cassandra contra el pecho de Domenico, quien la tomó de la cintura impidiendo que se alejara de él. Su aliento rozaba el cuello de ella, erizándole el vello de la nuca y enviando un momentáneo escalofrío de placer a todo su cuerpo. A pesar de todo no insistió en separarse, ni se quejó cuando los labios de él rozaron su cuello desnudo.
            “Oh dios, que está pasando aquí” gritaba en su fuero interno, pero fue incapaz de oponer resistencia.
            Los labios de Domenico seguían posándose levemente sobre su cuello, repartiendo pequeños besos hasta llegar a su hombro derecho. Ningunos de los dos estaba manteniendo la cordura en aquellos instantes, y el caballo mantenía un paso firme y sin vacilaciones, algo más lento en esos instantes, que no provocaba ninguna interrupción en ese extraño momento. Cassandra soltó un pequeño suspiro cuando los labios de Domenico regresaron a su cuello. La palabra “PELIGRO” se mostraba en su cerebro en letras mayúsculas de color rojo neón, pero su cuerpo no respondía a las órdenes de la única parte racional que permanecía activa en ella.
            -¡La atrapé! –la voz emocionada de Alice fue como una jarra de agua fría para ambos.
            Levantaron la vista y se percataron de que prácticamente habían llegado a los establos, y Alice se encontraba afuera sujetando las riendas de las dos yeguas.
            -Acabo de llegar, solo hace un minuto –la joven continuaba hablando-. Sin Furia no habría conseguido atraparla. ¿Cuándo se ha vuelto Graziella tan rápida?
            -Emmm… -trató de hablar Domenico.
            -Un caballo asustado da todo de sí mismo a la hora de correr –le cortó Cassandra.
            -Bueno, ya está bien de montar por hoy. La comida tiene que estar ya preparada –Alice se dio la vuelta y le tendió las riendas a Gaspare-. Guarda los caballos, por favor.
            El chico agarró a las yeguas y otro mozo se llevó a Tizón consigo cuando Cassandra y Domenico desmontaron.
            -Vamos –añadió tomando de la mano a Cassandra y arrastrándola rápidamente en dirección a la casa.

…………………………………………………………………..

            Aquella misma noche Cassandra se encontraba tumbada boca abajo en la cama, con Alice a su lado charlando animadamente.
            -Los abuelos te aman, estoy totalmente convencida de ello –gritó exaltada Alice-. Es genial tener a papá de vuelta en casa y a los abuelos. ¡Y dentro de dos días es mi cumpleaños!
            Cassandra rio. Un par de horas antes de la cena Ettore, padre de Alice y Domenico, había vuelto a casa acompañado de sus padres, Giacomo Di Gennaro y Carola Bianchi. Sin duda parecían buenas personas y la amabilidad con la que trataban a todo el mundo hacía casi imposible no adorarles nada más verlos.
            -Papá dice que mañana podríamos ir a comer todos al centro. ¡Sería genial! Y verías las calles de Siena, que sé que puede no ser de verdad la ciudad más bonita del mundo, pero tiene su encanto, estoy segura de que te gustaría. ¿Tú que dices? –miró a Cassandra fijamente, pero esta estaba algo distraída-. Cassandra, ¿me has oído?
            -Sí, claro. Comer en la ciudad. Suena genial –se apresuró a decir.
            -Estás distraída otra vez –la miró frunciendo el ceño-. ¡Y yo que pensaba que nunca andabas en las nubes!
            -¿En las nubes? No, es que estoy cansada, solo eso.
            -Mentirosa –susurró Alice-. Bueno, ¿qué has hecho esta tarde? Con la llegada de mis abuelos casi no hemos hablado en la cena.
            -No mucho. Leer, hablar un rato con mis hermanos… Poca cosa, la verdad.
            -¡Oh! ¿Tienes hermanos? ¿Cuántos años tienen? –su voz sonaba emocionada.
            -Jóvenes para ti Alice –se burló Cassandra-. Tienen 11 años.
            -Sí, demasiado jóvenes –concordó riendo.
            -¿No estás cansada?
            -Lo cierto es que sí –admitió Alice soltando un pequeño bostezo-. Montar a caballo siempre me agota. Mejor me voy a acostar ya.
            -Sí, yo también estoy molida –sonrió-. Buenas noches Ali.
            -Buenas noches –le dio un rápido abrazo y salió de la habitación saltando como una niña pequeña
            Cassandra se rio. Sin duda nadie podría enfadarse jamás con aquella joven, o al menos no por mucho tiempo. Alargó el brazo para apagar la luz de la mesilla y se hundió entre las suaves almohadas de plumón, dispuesta a descansar y olvidar la extraña situación que había vivido montaba en aquel caballo, y la tensión que había rodeado todo el día tanto a Domenico como a ella misma. Pero como siempre, el destino no estaba por la labor de permitirle descansar. Dos golpes no muy fuerte sonaron en su puerta.
            -Alice, ¿no habías dicho que estabas cansada? –boca abajo y hundida en las almohadas no tuvo fuerzas para levantar demasiado la voz-. ¿Qué se te ha olvidado decirme?
            La puerta se abrió despacio, revelando la identidad del visitante, que, por supuesto, no era la pizpireta Alice.
            -¿Domenico? –preguntó extrañada al verlo en el umbral de la puerta-. ¿Pasa algo?
            -No… Es solo… -hablaba dubitativo-. ¿Puedo pasar?

            -Claro, pasa –se incorporó en la cama y con un ligero suspiro se preparó para lo que fuera que escucharía aquella noche. Solo se preguntaba… ¿conseguiría no ser interrumpida en medio de la noche algún día?

sábado, 13 de julio de 2013

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Buenas bloggeros míos!!
Hoy no traigo ningún relato, ni capi de Besos de Rubí ni nada de eso. Esta va a ser una entrada más bien cortita.
Hace ya unos meses quise subirla para promocionar un poquete a una amiga mía de la universidad. Tiene un blog, al que podéis acceder haciendo click AQUÍ. De verdad que me gusta lo que escribe. Ha subido poquitas entradas y desde hace unos meses tiene el blog abandonado, pero a ver si le meto un poquito de caña y escribe algo más ;P
Bueno, en realidad eso es todo, entrada cortita como podéis ver! :)
Que no se os olvide comentar en el capi de Besos de Rubí que subí ayer si lo leéis, plis, que ahora mismo ando con un montón de ideas, pero si no va gustando el rumbo de la historia me las tendré que replantear jaja
Besos!! ♥

viernes, 12 de julio de 2013

Capítulo 10: Excesos, clásicos y caballos

Después de demasiado tiempo sin subir capítulo de Besos de Rubí, aquí está el capítulo 10!!! Y, por mi horrible capacidad para organizarme y poder escribir más, en muy poquito tiempo -y con poquito me refiero a, como muy tarde, el lunes- subiré el capítulo 11, que ya lo tengo en mente, solo me falta escribirlo. En realidad parte del 11 creo que podría haberlo metido en este, pero entonces este se haría un capítulo muy largo (cosa que no está mal pero dejaría al 11 un tanto vacío). Así que mejor lo dejamos como está jaja 
La universidad como que me robó mucho tiempo, y encima me toca recuperar asignaturas para cuando llegue septiembre, pero ánimos y esfuerzo, eso es todo lo que necesito jaja
Por otro lado, yo sigo a mi bola con los relatos cortos. Los de las musas sigo escribiéndolos, aunque bastante despacio, porque se me van acabando las ideas sobre como presentarlas. El relato que comencé, Ingrid y Elián (si no recordáis de cual hablo clik AQUÍ) escribí parte de él en papel, perdí el papel, empecé a reescribirlo, me quedé en la parra y lo dejé ahí, así que sinceramente, no sé si continuaré escribiéndolo, o si escribo no creo que sea un relato de 3 o 4 partes como pretendía, lo mismo hago un pequeño relato con el desenlace que quería darle, explicando un poco lo que ocurre entre medias, pero tampoco estoy segura de sí haré eso.
Qué más, qué más... Ah!! Para la que lea Historias de un Caserón Victoriano, hace ya mucho que no toco nada de esos relatos. Tengo prácticamente escrito el último relato que subiré, entre medias hay algunos, pero no serán muchos, es una especie de "colección de relatos" que no pretendo que se extienda demasiado. Al fin y al cabo es una historia de amor de época, y no puedo sacarle más jugo del que tiene.
Bueno, creo que ya está todo, saludos y espero que lo disfrutéis.


-¡Alice Mirella Di Genaro! –la voz normalmente afable y calmada de la siempre sonriente Apprile Tabone resonó por toda la casa con una furia inusitada.
            Cassandra se encontraba junto a la menuda y dulce Ali cuando la llamada llegó desde la cocina hasta el jardín donde ambas estaban desayunando. En esa situación cualquiera sabía lo que vendría a continuación, ninguna madre utilizaba el nombre completo de sus hijos si no era para gritarles por algo que habían hecho realmente mal.
            -Odio, odio, odio –hizo un énfasis en el último “odio”-, que utilice mi segundo nombre. Y ella lo sabe perfectamente.
            Cassandra se rio interiormente ante el comentario de la joven. Parecía ser que compartían la animadversión por sus respectivos segundos nombres.
            -Quizás deberías ir, Alice, parece realmente enfadada –aconsejó Cassandra algo preocupada.
            -Solo dame un momento. La calmaré y podremos ir de compras –se despidió con su mejor sonrisa, y entró en la casa por la enorme puerta de cristal.
            Cassandra cerró los ojos momentáneamente disfrutando del agradable sol de La Toscana. Italia era un lugar verdaderamente agradable, aquello no podía negarlo. Pasar unos días allí había sido la mejor decisión que había tomado en mucho tiempo, incluso a pesar de sus reticencias a estar tanto tiempo bajo el mismo techo que cierto italiano irritante.
            -¿Disfrutando del sol del mañana? –hablando del rey de roma…
            -Solo estoy esperando a Alice –contestó ella mientras abría los ojos rápidamente.
            -Creo que mi hermana se ha metido en un buen lío esta vez –meditó Domenico con el rostro un tanto serio.
            -¿Qué ha ocurrido?
            Pero antes de que Domenico pudiera contestar, una muy cabreada Alice llegó junto a ellos espetando insultos en italiano, inglés, español y francés aleatoriamente.
            -¡Me ha quitado la tarjeta de crédito! ¡¿Cómo puede hacerme esto?! –el enfado era casi palpable a su alrededor.
            -Creo que gastar tres mil euros en ropa, zapatos y decoraciones para la fiesta es el motivo, hermanita –Cassandra advertía cierta burla en los ojos de Domenico cuando dijo aquello.
            -No fue tanto y además, ¡todas esas cosas eran necesarias! Mamá y papá sabían que quería algo grande para mi cumpleaños –la juventud de Alice se mostró ante Cassandra en todo su esplendor. Con un grado en derecho o sin él, Alice seguía siendo un poco como una niña mimada más.
            -Tu límite estaba en dos mil, Ali. Una cantidad generosa para la decoración, el vestido que quisieras y unos zapatos a juego. Te has excedido, y lo sabes –la riñó Domenico-. ¡Ni siquiera tienes que pagar el catering con ese presupuesto! La tía Beatrice lo ha encargado a su empresa.
            Alice se limitó a mirar a su hermano con el ceño fruncido y acercarse un poco más a Cassandra, dejando claro la compañía de quién prefería en aquellos momentos.
            -Bueno –interrumpió Cassandra tratando de sonar alegre-, de todos modos podemos salir de compras. Pagaré yo, como regalo de cumpleaños.
            La cara de Alice se iluminó y recobró durante unos segundos la alegría y dulzura de niña que la caracterizaba, tan solo unos segundos hasta que Domenico intervino.
            -Nada de compras –sentenció sin sentir ninguna lástima por su hermana pequeña-. Ya has gastado suficiente dinero de nuestros padres, no permitiré que gastes también el de Cassandra por tus arrebatos de niña pequeña. Cuando ganes tú misma tu propio dinero podrás gastarlo todo en ropa si es lo que deseas
            Alice se quedó en silencio, mirando a su hermano con cierta rabia en los ojos. Domenico básicamente acababa de acusarla de aprovechada. Su expresión neutra cambió por un rostro serio en unas milésimas de segundo. Lo que más le dolía de todo aquello era que, no tan en el fondo, sabía que Domenico tenía razón. Que no era más que una niña malcriada que pataleaba cuando le quitaban su juguete preferido.
            -Discúlpame, Cassandra. Creo que será mejor dejar las compras para otro día –se excusó con una sonrisa cortés y volvió al interior de la casa calmadamente, odiando ligeramente a su madre y su hermano por fastidiarle la tarde.
            -No es más que una niña, Domenico –dijo Cassandra suavemente-. Cuando era más joven yo también creía que el mundo era todo mío. Tarde o temprano madurará.
            -Espero que temprano –susurró él mirando en la dirección por la que se había ido su hermana.
            El silencio creó como siempre una extraña brecha entre ellos, sumiendo todo en un estado de incomodidad y extrañeza.
            -Me has arruinado los planes de todo el día –dijo de repente Cassandra.
            -¿Qué? –Domenico salió de su ensimismamiento con un repentino y rápido parpadeo.
            -Iba a pasar el día con tu hermana –aclaró ella-. Pero parece que hoy acabará siendo uno de esos días en los que me limitaré a leer durante horas en mi habitación.
            Domenico captó cierto tono de autocompasión en ella que le resultó de lo más divertido.
            -Lamento mucho haber arruinado tu día –se disculpó él formalmente, a pesar de que una extraña sonrisa revoloteaba entre sus labios.
            -Otro día será –se limitó a contestar mientras se daba la vuelta, provocando que su corta falda con vuelo de color verde lima ondeará graciosamente.
            Domenico se quedó de pie en el amplio jardín trasero de la villa de sus padres, pensando que quizás aquel día Cassandra no tenía que por qué pasar el día leyendo en su habitación. Después de todo, ¿qué planes tenía él en su estancia a Siena además de descansar y olvidar que existía el móvil de la empresa?

…………………………………………………………………..


            Habían pasado ya un par de horas desde que Cassandra entrara en la casa y se encerrara en su amplia habitación. Adoró a Alice con todo su corazón cuando se dio cuenta de que bajo el ventanal de su cuarto había un amplio banco acolchado, que le resultó perfecto para sentarse a leer. Hacía ya mucho que no tenía tiempo para relajarse y practicar el que era uno de sus pasatiempos favoritos. Abrió el libro por donde señalaba el marca-páginas y se sumió en el mundo de Catherine y Heathcliff, que le atrapó de la manera absorbente en la que siempre conseguían sumirla los clásicos.
            Llevaba ya un rato en la misma posición, sin percatarse de que había transcurrido ya mucho tiempo, cuando llegó al último párrafo del libro:
            -“Yo me detuve allí, cara al cielo sereno. Y siguiendo con los ojos el vuelo de las libélulas entre las plantas silvestres y las campanillas, y oyendo el rumor de la suave brisa entre el césped, me admiré de que alguien pudiera atribuir inquietos sueños a los que descansaban en tan quietas tumbas.” –susurró en voz alta sin apenas darse cuenta.
            -¿Cumbres borrascosas? –una voz proveniente del otro lado del dormitorio le hizo cerrar el libro de golpe y levantarse agitada.
            -¡Domenico! Maldita sea, me has asustado –el corazón de Cassandra golpeteaba frenéticamente en su pecho.
            Domenico se acercó a ella con gesto de disculpa en el rostro, y la tomo de la mano, que besó con suavidad.
            -Discúlpame, no era mi intención asustarte –el roce de su aliento contra su mano hizo que Cassandra se estremeciera, y para nada en un mal sentido.
            -No… no pasa nada –tartamudeó ella ligeramente y recuperó su mano con un rápido y ligeramente brusco movimiento.
            Se formó un extraño silencio, aunque no del todo incómodo.
            -No te imaginaba como una amante de los clásicos, la verdad –dijo él de repente.
            -¿Y por qué no? –preguntó ligeramente molesta.
            -La mayoría de los clásicos llevan consigo una historia de amor eterno, amantes desesperados el uno por el otro, ya sabes, y no pienso que eso vaya mucho contigo.
            -No son las tontas historias de amor y desamor de hoy en día, con sus finales felices y todo de color de rosa –su voz era algo más alta ahora-. Los clásicos nos recuerdan que el amor no es ni mucho menos bonito, que suele llevar a la autodestrucción.
            -¿Eso piensas tú del amor? –Domenico se sentía algo molesto, y casi le sacó de sus casillas el tímido asentimiento de ella-. Pues no deberías –y a continuación giró sobre sus talones y salió de la habitación con paso tranquilo, dejando a Cassandra pasmada de pie junto a la ventana.
            “¿Qué diablos acaba de pasar aquí?” se preguntó a sí misma con una mezcla de enfado y confusión.
            Salió de la habitación apresuradamente, esperando ver a Domenico en el pasillo y pedirle explicaciones, pero allí ya no había nadie. Se acercó a la puerta junto a la suya y llamó apresuradamente, esperando que Alice estuviera dentro.
            -¿Quién es? –la voz de la joven carecía de alegría cuando contestó.
            -Cassandra. ¿Puedo pasar? –preguntó ella ahora algo insegura.
            -¡Claro!, adelante –Cassandra juraría que su voz sonó ligeramente más animada.
            Abrió la puerta despacio y la cerró tras ella, sin apenas hacer ruido. Se encontró ante ella una habitación algo más grande que la suya, de diferentes tonos de azul, que hacían sentir como si uno estuviera en medio de mar, entre olas y espuma blanca, bajo el cielo azul. Lo que más impresionó a Cassandra fue la enorme cama que se encontraba junto a un ventanal, algo más grande que el de su propia habitación. En el centro de ésta se encontraba Alice, con el cobertor azul zafiro arremolinado a los pies que dejaba ver unas sábanas de seda de un azul tan claro que parecía blanco.
            -¿Estás bien? –preguntó centrándose en Alice, quien se había deshecho del maquillaje y las ropas que llevaba por la mañana y ahora llevaba un sencillo vestido de verano de color rosa claro. Con su cabello rubio ondulado enmarcándole la cara y las piernas rodeadas por sus brazos parecía una muñequita, angelical y delicada.
            -Claro –sonrió ella débilmente-. No debería haberme disgustado tanto, la verdad.
            Cassandra se sentó a su lado y tomó sus manos entre las suyas, intentando darle algo de consuelo.
            -Nuestra tarde de chicas se fue al garete –Alice ya parecía más animada.
            -Eso mismo le dije a tu hermano cuando estábamos en el jardín –Cassandra mostró una ligera sonrisa en sus labios, que de pronto se borró al recordar algo-. Hablando de tu hermano…
            -¿Sí? –la premió Alice con interés.
            -Nada, es una tontería –le restó ella importancia sacudiendo la cabeza.
            -¡Cassandra! Vamos, cuéntamelo –exigió la joven, claramente más animada que hace solo un minuto.
            -De acuerdo… pero no es nada, de verdad –ella seguía intentando zafarse de esa conversación, pero la mirada exigente de Alice hizo que se resignara-. Vale, de todos modos creo que es uno de los motivos por el que he venido a verte.
            Alice sonrió, orgullosa de sí misma por conseguir que Cassandra comenzara a confiar en ella. Ésta solo tardó un par de minutos en contarle lo que había sucedido tan recientemente en la habitación de al lado.
            -Wow –Alice se mostraba verdaderamente sorprendida-. ¿Se le veía enfadado?
            -Puede ser, tal vez un poco, pero no puedo llegar a entender por qué –Cassandra por su parte se sentía confusa.
            -¡Boba! –gritó riendo la joven mientras se levantaba de la cama-. Pues es bien fácil. Básicamente le dijiste que no crees en el amor, le has hundido un poco con eso –continuó riendo-. Mi hermano es tan predecible…
            -No tendría por qué disgustarse, crea o no crea en el amor –se cruzó de brazos.
            -De verdad creo que eres una gran persona y te aprecio a pesar del poco tiempo que hace que te conozco, y no te disgustes con esto, pero ambos sois unos estúpidos.
            Cassandra frunció el ceño.
            -¡Vamos, Cassandra! Cuanto antes admitáis que hay algo entre vosotros, antes dejaréis de pasaros el día discutiendo. Parecéis un viejo matrimonio –Alice continuaba riendo.
            -¿El mundo entero está obsesionado con vernos juntos o qué ocurre aquí? –espetó Cassandra más bien para sí misma.
            -No podéis luchar contra la opinión del mundo entero, ¿no crees?
            -Lo que tú digas… -subió sus pies descalzos a la cama y se abrazó a sus piernas.
            Alice se sentó junto a ella y pasó un brazo sobre sus hombros, dándole un rápido abrazo.
            -Acabo de recordar algo –dijo de pronto Cassandra.
            -¿Qué?
            -¿Cómo conseguiste el número de mis jefes para cancelar la reunión? –aquello había estado preguntándoselo desde que Domenico le contó quién había provocado aquel alboroto.
            -No estarás cabreada por eso, ¿verdad? –preguntó Alice con expresión de preocupación.
            -Tranquila, ya no tengo ganas de matarte por eso –rio-. Pero responde a mi pregunta.
            -Bueno… tengo amigos abogados… que tienen contactos, son amigos de otros abogados, ya sabes. Entre nosotros no es tan difícil conseguir números de teléfono y direcciones –explicó algo insegura.
            -Claro –entendió Cassandra-. Creo que serás una buena abogada. Un poco fuera de la ley, pero buena abogada, al fin y al cabo –ronrió.
            Alice la acompañó con su risa y ambas acabaron tumbadas boca arriba, sonriendo y pensando.
            -¿Sabes montar a caballo, Cassandra?
            -Hace ya bastante que no monto, pero sí –sonrió al recordar los días de su infancia en Grecia-. Cuando vivía con mi abuela en Grecia me regaló un precioso Messara castaño, esa yegua era pura energía. Y mi padre montaba un Frisón, un impresionante semental de capa tan negra como un cielo sin luna ni estrellas, nacido en la misma Holanda y con un temperamento fuerte como jamás he visto a ningún caballo –añadió riendo.
            -Cuando yo era muy pequeña papá me compró un Pinto Americano, de capa cremello, dócil, cariñoso y muy inteligente –su sonrisa se volvió nostálgica-. Hace cinco años hubo un incendio en los establos por un fallo eléctrico. Sufrió quemaduras demasiado graves y el veterinario no tuvo otro remedio que sacrificarlo –sus ojos se llenaron de pesar.
            -Lo siento de veras –se compadeció Cassandra-. Pandora sigue en la finca de mi abuela. Dejó la casa y los terrenos a mi nombre antes de morir, y se la alquilé a una familia a condición de que cuidaran de mi yegua. Mi trabajo no me permite ir allí todo lo que me gustaría.
            Alice asintió pensativa, algo menos pesarosa en ese momento.
            -Hace cuatro años mamá trajo una yegua de raza Árabe de color alazán. Creo que en mi vida he visto un ejemplar tan bonito como ese. Por aquel entonces era poco más que una potrilla, ahora es todo un manojo de músculos y nervios –exclamó-. La llamé Furia. No es que sea indomable ni nada así, pero cuando comience a competir creo que inspirará cierto temor. También tengo un Hannoveriano negro, Tizón, es el más elegante en doma clásica –sonaba orgullosa.
            -Caballos de calidad entonces.
            -Ya que no podemos ir de compras podríamos salir a montar, ¿quieres?
            -Me encantaría –aceptó.
            -Creo que lo mejor será que montes a Tizón. Es joven, pero no tanto como Furia, y desde luego es mucho más manejable y confiado.
            -Claro –asintió Cassandra sonriendo-. Aunque tengo un pequeño problema –recordó de repente-, no creo que tenga nada con lo que pueda montar.
            Alice se llevó un dedo a los labios mientras buscaba una solución.
            -Mis trajes no te servirán, soy más menuda que tú, pero creo que los que utilizaba mi madre cuando era más joven te irán perfectos. Ella hace un par de años que no monta.
            -Genial entonces.
            -¡Vamos! –la apremió Alice tomándola del brazo y arrastrándola a lo largo del pasillo hasta el cuarto de su madre.
            En cuanto entró se dirigió a unas grandes puertas de madera clara y las abrió, dejando a la vista un enorme vestidor perfectamente ordenado, pero también repleto de ropa.

            -Lo vamos a pasar muy bien, verás –se carcajeó Alice y a continuación se sumió en la tarea que tenía en mente con total concentración.